Fé y maravilloso

 en el cotidiano medieval

 

Una característica peculiar de la fé cristiana de la edad media es la profunda unión entre vida cotidiana y fé. La fé, de facto, no se vivía como un hecho privado o como algo unido a determinadas fiestas, sino era parte integral de la sociedad, de las costumbres, de la vida cotidiana. El miedo debido a guerras, carestias y epidemias y  la precariedad de la vida unía al hombre medieval  mas fuertemente a la fé. Vuelven las profecias sobre la Parusia, especialmente en el pasaje del milenio, y la predicación de Joaquin de Fiore aumenta aún mas estos temores. Junto a la fé sincera y a las prácticas religiosas sobreviven culturas religiosas ancestrales y supersticiones: la numerología, la astrología, los sognificados religiosos u ocultos dados a los colores o a las formas geométricas, a las plantas o a los animales. Una víctima ilustre, por ejemplo, de este tipo de relación contradictoria con lo incomprensible, con lo distinto al sí mismo, en una cultura de estampa típico machista, será la mujer, ada y bruja, santa y fuente de tentación al mismo tiempo.

El sentimiento más auténtico de la fé popular, se tiene en el sentido de la penitencia, en el compartir la Pasión, en la construcción de catedrales e iglesias como expresión de fé y arrepentimiento. En el campo, el ritmo del trabajo en los campos se alterna con la

 

oración, de acuerdo con el espíritu benedictino de “ora et labora”: si la oración es el momento solemne del contacto con Dios, frecuentemente rica de visiones y milagros, el trabajo es la parte dolorosa, penitencial de la oración, pero no menos grata a Dios. La vida se vive en esta dimensión de contacto continuo con lo divino y lo maravilloso. La misa dominical se vuelve obligatoria a partir del siglo VI. Se recibe raramente la Eucarestia por miedo al pecado. Las penitencias son frecuentemente solemnes y clamorosas, como clamorosas son las conversiones y las pasiones amorosas. Pensemos en el gran amor entre el gran filósofo Abelardo y la joven alumna Eloisa, mas tarde monja; o en el amor de Dante por Beatriz, casada con otro, o la historia de Eleonora de Aquitania, primero esposa de Luis VII, rey de Francia, después de Enrico II Plantageneto, rey de Inglaterra. Todo esto fue vivido en armonía con la fé, no en contraposición con ella, como estamos acostumbrados nosotros hoy, hijos de la Revolución francesa.

 

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